El ambiente seguro desde la casa. El rol de los centros de trabajo.

Por Gabriela González Pulido, Experta en protocolos, Her Safe Place.

-La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima- Elie Wiessel (1928)

Si de ambientes seguros hablamos, nuestras casas deberían de ser estos lugares. Sin embargo,  la realidad no es así. La violencia dentro de los hogares es una de las formas de abuso más frecuente en nuestra sociedad mexicana de parte de cualquier miembro de la familia sobre otro. El compartir el tiempo, los espacios y los recursos, no siempre resulta en una buena convivencia.

Siempre que se consultan las estadísticas, el número de casos va en aumento. En el 2019 la ahora Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México reportaba más de 7,500 carpetas de investigación por delitos relacionados con la violencia doméstica: amenazas, lesiones, tentativas de homicidio y feminicidio entre otros. Estas conductas deleznables nunca se manifiestan de forma única o aislada, sino que desafortunadamente forman parte de los eslabones siguientes en la cadena de violencia entre agresor y víctima, así como entre otros miembros de la familia. Ello exige una intervención oportuna para detener esta terrible escalada.

Ahora bien, dentro de la estructura social habrá que identificar los puntos de inflexión para abatir la forma en cómo se detonan estas conductas que laceran a todos los integrantes de la comunidad. En efecto, ante la crisis de credibilidad hacia las instituciones de gobierno que se encargan de prevenir y sancionar la comisión de este tipo de conductas delictivas, la sociedad civil en un papel proactivo puede fungir como catalizador para ponderar los daños, verificar incidencias y erradicar de origen las mismas.

Durante mucho tiempo se decía que el poder más importante era el del Estado, ya que contaba con toda la infraestructura para hacerlo valer. Efectivamente y sin restarle esta facultad de mando, resulta natural que por muy diversas razones la sociedad se venga organizando para alcanzar sus objetivos. Ejemplos tenemos muchos, la sociedad en sus distintas manifestaciones se sigue organizando de manera natural o inducida por sus iguales. Los objetivos son claros a fin de transmitir conocimientos o información e incidir en la propia comunidad de muy distintas maneras. Contundentemente la sociedad se encuentra más cercana y sensible a los conflictos a través de las familias, las escuelas y los centros de trabajo. El olvidar estas estrategias sería abandonar el camino ya andado por los diferentes grupos que con un propósito fijo han avanzado en beneficio de la comunidad. Ser indiferente no es la opción.

Así, centros de educación (escuelas y universidades) y centros de trabajo deben continuar con su labor como medios de control des formalizados, pero con gran poder de incidencia como detectores de problemáticas tan graves como son los conflictos por violencia dentro de los senos familiares. Al referirnos al circuito económico fundamental, los centros de trabajo públicos como privados y las familias tienen una interrelación semiótica que debe ser explotada para beneficio de cada una de las personas que integran esta inercia.

Ahora bien, a raíz de estas nuevas formas de organización laboral que vendrán desarrollándose a partir de “la cuarentena” por la pandemia del COVID-19 que estará ocupando por lo menos el primer semestre del 2020, las empresas tienen una función social en la estructura como catalizadores de lo que sucede con las familias de sus trabajadores. Esta magnífica coyuntura debe aprovecharse a fin de detectar de manera oportuna todos estos factores que inciden en lo que sucede al interior de las familias que forman sus organizaciones. Más allá de que tanto la Ley Federal del Trabajo, el Reglamento de la Ley del Trabajo, el Reglamento de Seguridad y Salud en el Trabajo, así como diversos instrumentos internacionales, existe el campo fértil  para informar a la comunidad que la convivencia familiar a la que no estamos acostumbrados como sociedad, produce signos inequívocos de violencia psicológica, económica, patrimonial y física desde sus manifestaciones más cotidianas hasta la grave comisión de hechos delictivos que atenten contra la integridad física y sexual de las víctimas.

Se ha abierto un camino de comunicación entre los centros de trabajo y las familias. El autocuidado, las medidas de higiene, las guardias laborales, el hacer sentir la importancia de trabajadoras mujeres y hombres que a pesar de la contingencia sanitaria tienen que cumplir con sus funciones indispensables para el sostenimiento de la estabilidad económica y social de sus familias y de su comunidad, entre otras.  Este canal de comunicación debe conservarse bajo el máximo aprovechamiento; de aquí que resulta de trascendental importancia la intervención de los centros de trabajos como aquellos mecanismos de contención, sensibilización y transmisión de las consecuencias a fin de aprovechar mediante acciones tendientes a la erradicación de una de las prácticas más aberrantes en nuestra sociedad como la violencia intrafamiliar, enarbolando una estrategia de correspondencia asertiva de beneficios para todas las partes involucradas. Démosles a las familias las herramientas para propiciar estos espacios seguros que demandamos más allá de la puerta de nuestros hogares. Ser indiferente no es la opción.


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